Blog de Nico

Tuesday, September 26, 2006

Texto literario del Cabildo

Este llegó ese día de San Isidro: gran número de amigos y oficiales lo estábamos esperando en su casa. Allí lo rodeamos, Martín, todos los comandantes y un sinnúmero de oficiales de todos los cuerpos, declarándole que no tenía más remedio que ponerse a nuestra cabeza. Todos le hemos declarado que ya no queremos contemporizar, y que es preciso convocar al pueblo para deponer al virrey y formar nuevo gobierno. Saavedra se ha mantenido algo frío y reservado, pero al ver que todos aplaudíamos a Martín y que la gente del patio le gritaba, viva y viva, con frenesí, ha cedido y nos ha dicho que tenía que consultar con los hombres de peso que debían acompañarlo a dirigir el asunto. Venían de rebozo celeste y ribeteado de cintas blancas; rodearon a Saavedra y la madama de Peña le dijo: -Coronel, no hay que vacilar; la patria lo necesita para que la salve; ya usted ve lo que quiere el pueblo, y usted no puede volvernos la espalda, ni dejar perdidos a nuestras maridos, a nuestros hermanos y a nuestros amigos. -Señoras mías -dijo Saavedra-, yo estoy pronto y siempre he sido patriota. ¡Aquello era hermoso! T... ¡Qué se había de quedar en el cuartel!... En lo de Peña estaban reunidos Castelli, Manuel Belgrano, Vieytes, Darregueira, Irigoyen, Chiclana, Moreno, Paso y F. A. Escalada, con otros. Algunos recibieron a Saavedra diciéndole que era preciso tomar la plaza con los cuerpos de ciudadanos libres y formar un nuevo gobierno, para no darle lugar ni tiempo a Cisneros de intrigar y de armarnos alguna traición. Se discutió mucho: French dijo que él no tenía confianza ninguna en el Cabildo, porque allí todos son enemigos nuestros menos Anchorena (Tomás) y porque Leiva era hombre de dos caras que no había de decir nunca si era patriota o si era servil. Por último se resolvió que Saavedra iría con Belgrano a entenderse con el alcalde de primer voto Lezica, para exigirle que citase a Cabildo Abierto, si es que quería evitar una gran pueblada y las muchas desgracias que eran consiguientes. Vuelven en este momento diciendo que Lezica se había mostrado al principio muy atemorizado de irle con esta embajada al virrey. Saavedra, le dijo: -La cosa es tan seria, señor alcalde, que yo mismo estoy ya sindicado de traidor porque contengo a los paisanos, aconsejándoles moderación hasta que ustedes llamen al pueblo por los resortes legítimos. Belgrano le dijo entonces: -Y dígale usted de nuestra parte que si el lunes no hay Cabildo Abierto, obraremos de nuestra cuenta; sin consideración a nadie, porque esto no admite vacilaciones ni términos medios: el pueblo quiere ser soberano y libre. Atemorizados y convencidos de que la gravedad del caso crece por momentos, resolvieron que era indispensable que el alcalde mayor pasase a conferenciar con el virrey, y le rogase que consintiese en la convocación del vecindario. Alguien dijo que corría la voz de que el virrey pensaba. Se notó que don Pedro Durán, el jefe del Fijo, se les había hecho humo en el pasadizo, dirigiéndose al cuerpo de guardia; pero notaría la presencia y disposiciones de Terrada, porque un momento después subía las escaleras del salón del virrey, y así que entró se fue a hablar en privado con el fiscal Caspe y con Quintana que estaban allí. El virrey los recibió a todos con mucho agasajo; y les dio cuenta de las indicaciones que le había hecho el Cabildo por medio de su alcalde mayor. Martín Rodríguez se incomodó y le dijo que estaba muy engañado; que no eran perdularios ni sediciosos, sino el pueblo entero de Buenos Aires el que creía que Cádiz no tenía el derecho de llamarse representante del rey, y gobernar a la América. Si no se hace Cabildo Abierto -dijo Martín-, no respondemos de las consecuencias ni emplearemos la fuerza contra el pueblo, sin autorización del cuerpo municipal que es la única autoridad legítima que queda. En lo de Peña se han criticado mucho las palabras de Saavedra. El las niega, y dice que son exageraciones de sus émulos y de los exaltados. Sin embargo, el virrey, Quintana y Caspe parece que se las han oído; y los comandantes amigos nuestros las disculpan como cosas que se escaparon por respeto y consideración a la persona del virrey, pero sin intención de comprometerse, y sólo por obtener que autorizara al Cabildo. Moreno está bastante enojado: una persona de respeto le ha asegurado que ayer a la tarde Leiva ha estado influyendo con don Cornelio para que el cambio se limite a formar un gobierno de "acompañados europeos y americanos" y presidido por el virrey. Así quedó el asunto el domingo 20 a la noche. En las calles y en la plaza es otra cosa: la agitación crece; y hoy 21, de madrugada, la plaza, la vereda ancha y los portales estaban llenos de gente. A eso de las 8 comenzaron a entrar algunos cabildantes, y al pasar por entre el gentío, gritaban todos: ¡Cabildo Abierto, Cabildo Abierto!, metiéndoles las manos por las caras a los municipales que marchaban silenciosos y no con poco miedo. De repente se esparció la voz de que el virrey se negaba a lo que el pueblo quería. No se puede pintar la indignación que esto causó; el torrente de gentes se dirigió a las escaleras del Cabildo encabezadas por Belgrano, Rodríguez, French, Beruti, y los demás. Tomó la palabra Belgrano y dijo que el pueblo quería saber si se hacía o no Cabildo Abierto. -Señores -contestó el síndico-, el señor virrey está inclinado a que se haga: anoche me lo ha dicho; pero necesitamos hacer las notas consiguientes para que todo quede regularizado en las actas. Si el señor Belgrano quiere quedarse con nosotros, y ayudarnos, tendremos grande consuelo. Así se convino y con esta garantía el gentío se ha retirado a la plaza, pero en expectativa siempre del resultado. A las 9 de la mañana ha salido una comisión compuesta de don Manuel José de Ocampo y de don Andrés Domínguez llevándole el oficio al virrey, y encargado de traer la contestación. No se pudo evitar que entraran a las galerías y corredores y lo único que Belgrado y Leiva pudieron obtener fue que dejaran libre el salón mientras abrían el pliego del virrey y deliberaban. Cerradas las puertas, se abrió el pliego del virrey; los cabildantes se mostraron complacidos, pero a Belgrano no le hizo un efecto muy satisfactorio el texto de la comunicación, porque decía que "sólo se permitiría entrar al Cabildo Abierto a los vecinos de distinción que por medio de esquela acreditasen haber sido llamados por el Cabildo, y que se pondrían guardias en las bocacalles de la plaza para no dejar entrar sino a los que presentaran esquela". Belgrano dijo que no daba su consentimiento sin consultar antes con sus amigos. Al mismo tiempo que Belgrano, salía también Domínguez a buscar a Saavedra para que apoyase la resolución, y diese la fuerza que debía guardar las bocacalles. Cuando Saavedra llegaba al Cabildo con Domínguez, el pueblo había invadido de nuevo la casa municipal gritando que ya no quería Cabildo Abierto, sino la deposición del virrey, lisa y llanamente. Pero Saavedra y Leiva consiguieron restablecer la calma y lograron que el Cabildo quedase ocupado de la citación del vecindario; Belgrano, entretanto, se había ido a lo de Peña donde estaban los directores del movimiento y en el momento que supieron lo que había ocurrido, mandaron por Saavedra. El oficial que va a mandar las guardias de la plaza es Eustaquio Díaz Vélez. Lo extraño para mí es que Cisneros haya consentido...

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